martes, 17 de noviembre de 2020

Una Luz entre las Sombras

 

"Una Luz Entre las Sombras"

           Kesvan Burdik

        (Trilogía 2ª Parte)


    Laura era una muchacha que a sus quince años solía involucrarse en todo tipo de líos, por lo que a menudo la expulsaban del instituto. Este comportamiento era llamativo, sobre todo porque hasta el año anterior había sido una alumna ejemplar. Pero de aquella época parecía distar una eternidad, todo había cambiado, ya que ahora se sentía sumida en el infierno. Su vida transcurría en un averno en el que no existían los demonios, si no algo mucho peor, pues vivía con su tío, a quien odiaba tanto que moriría dichosa si lo viese agonizar primero. Sin embargo, mientras volvía tras terminar las clases con un nuevo parte de expulsión en el bolsillo en quien pensaba era en Ana, su madre. Ella se había convertido en el obstáculo que impedía su fuga y que por lo tanto pudiese volver a vivir. Cuando llegó al chalet de su tío atravesó el hermoso y cuidado jardín del que por supuesto se encargaba un jardinero. Se podía permitir muchos lujos, ya que había medrado en la política y esta le reportaba pingües beneficios debido a su posición. 

    La muchacha albergaba la esperanza de que esa tarde estuviese en alguno de sus múltiples compromisos sociales y evitar así al menos por unas horas tener que soportar su presencia, pero casi de inmediato descubrió su flamante BMW aparcado en el garaje. Decepcionada se deslizó con sigilo en el interior de la vivienda y fue hasta su habitación, intentando pasar desapercibida. Cerró la puerta detrás de sí, aunque al no tener cerradura temía que su tío entrara en cualquier momento. Era algo que a él le encantaba hacer, ir a verla para torturarla con sus palabras y miradas. «Casi me gustaría que cuando acuda de nuevo se decida a tocarme de una vez por todas, así tendré en mi cuerpo la prueba que me saque de aquí» pensó. Se tumbó en la cama y cerró los ojos. No quería ver nada y menos aún el escaso mobiliario que había en su habitación. Solo disponía de un pequeño colchón asentado sobre un somier de muelles y de un viejo armario de una puerta donde guardaba tanto su ropa, como el resto de sus escasas posesiones. Vivía en la casa de un rico sumida en la pobreza, aunque esto era algo que no le importaba en absoluto. No obstante existía un elemento esperanzador en aquel cuarto, la vista desde la ventana. Le gustaba mirar a través de ella. Cuando lo hacía, al otro lado del cristal observaba la larga calle que se extendía ante la casa y como terminaba al llegar a una vía férrea. 

    En cierta ocasión, meses atrás, después de haber salido del instituto había caminado hasta allí y la siguió andando junto a los raíles hasta llegar a un apeadero que distaba un par de kilómetros. Tras descubrirlo había ideado un sencillo plan para escapar de su prisión. Consistía en subirse a un tren cualquiera llevándose consigo dinero suficiente para subsistir una temporada. No tenía ni idea de a qué ciudad ir ni qué haría una vez que estuviese sola, pero de momento no era más que un loco plan sin una gran elaboración tras él. Mientras su madre viviese, estas ideas eran un ejercicio con el que mantener su cerebro ocupado. De pronto tuvo un mal presentimiento y a pesar del riesgo de que su tío pudiese entrar en cualquier momento y descubrirla se levantó de la cama. Intentando hacer el mínimo ruido posible se acercó al armario y deslizó sus dedos por el pequeño espacio que quedaba entre su base y el suelo hasta tocar un sobre. Lo acarició un instante y aliviada al comprobar que seguía allí, retiró la mano, dentro guardaba mil euros. Después se apoyó en el alfeizar de la ventana y mientras su mirada vagaba observando la calle sin prestar atención a nada en concreto se sumió en los más profundos recovecos de su cerebro, recordando como había llegado a este infierno. 

    

Todo comenzó un año antes, cuando aún permanecía junto a su madre. En aquella época vivía en otra ciudad, en un simple piso, mucho más humilde que el chalet de su tío, pero que era su hogar. Su padre había fallecido años antes, cuando ella era muy pequeña y apenas podía recordarlo. Su muerte siempre había sido un tema tabú al pender sobre ella la sospecha de un suicidio. Lo único que averiguó después de mucho insistir es que una tarde se había precipitado desde la ventana de la oficina en la que trabajaba, muriendo en el acto. No hubo ninguna nota de despedida ni nada parecido que justificase la creencia en una muerte voluntaria. Sin embargo nadie pensó que pudiese tratarse de un accidente. Por lo visto la ventana estaba demasiado alta para que alguien cayese a través de ella a menos que fuese a propósito. De todos modos Laura creció ajena a esta muerte. Su padre se había convertido en una sombra en sus recuerdos y por fortuna durante su infancia tuvo a su madre. Una mujer que supo multiplicarse de tal modo que además de trabajar y encargarse de todos los asuntos del hogar siempre reservaba un tiempo para dedicárselo a ella. Así fue su vida hasta que el bonito mundo de ilusión que la rodeaba comenzó a desvanecerse. Un sábado fue testigo de como Juan, hermano de su padre y única familia que les quedaba acosaba a su madre. Se presentó en el piso con aspecto de estar bebido y comenzó a soltar todo tipo de improperios y comentarios obscenos. Cuando por fin se fue dejó a Ana muy nerviosa. Laura se sentó junto a ella intentando tranquilizarla y escuchó de sus labios como este tipo de comportamiento no era la primera vez que sucedía. Su cuñado llevaba años detrás de ella y disfrutaba repitiéndole en cuanto tenía ocasión lo mucho que la despreciaba por haber escogido al hermano débil. Laura intentó no darle importancia a esta situación sin lograrlo. Su madre fue apagándose día a día y la que había sido una mujer repleta de vida se fue convirtiendo en un espectro que deambulaba por el otrora feliz hogar que habían compartido. Este no fue un proceso rápido, al contrario, se alargó durante meses para terminar estallando durante una noche tormentosa. Por lo visto, su tío, harto de esperar había llamado esa mañana por teléfono a su madre para darle un ultimátum. Iba a mover los hilos necesarios para que se quedase en el paro. Esto solo lo podría impedir cediendo a su chantaje y convirtiéndose en su amante. Podía parecer una simple bravuconada, pero Ana estaba aterrada, puesto que sabía lo influyente que era Juan. Así que decidió acudir a su casa para encontrarse con él a pesar de que aquella noche la lluvia arreciaba con fuerza en el exterior. —Por favor, mamá no vayas a verlo. Tengo miedo de que te pueda pasar algo —suplicó Laura. Ana no la escuchó. Estaba irreconocible. Con la mirada desencajada buscó la llave del coche hasta que por fin la encontró. —Tranquila, vete a dormir. Cuando despiertes estaré junto a ti, no te preocupes. Juan tiene muchos contactos y no me fio de lo que pueda hacer. Voy a dejarle las cosas claras de una vez por todas. A pesar de estas palabras que pretendían ser tranquilizadoras la niña fue incapaz de dormirse y permaneció sentada en el sofá del comedor sin poder hacer nada más que aguardar su regreso. Sin embargo las horas fueron transcurriendo y este no se producía. Hasta que de improviso escuchó el sonido del timbre y corrió a contestar deseando que fuese su madre. Abrió la puerta esperanzada para encontrarse con un agente de policía. Se trataba de un hombre joven, de aspecto aniñado y  nervioso por la situación en que se hallaba. —¿Eres Laura? —preguntó. —Sí, ¿Por qué? ¿Le ha pasado algo a mi madre? —Acompáñame por favor. Laura lo siguió temiendo que su madre se hubiese peleado con su tío y estuviese en la comisaría. En el estado de nervios en el que la vio marcharse podía haber sucedido cualquier cosa. Al llegar a la calle subió a un coche donde esperaba otro agente. —¿Dónde vamos? —preguntó Laura Ambos hombres se miraron como decidiendo cuál de ellos debía contestar. —Vamos al hospital, allí te contarán lo que ha ocurrido—dijo el que conducía. 

    Laura sintió un escalofrío y percibió como el miedo se apoderaba de su alma. Poco después llegaron al hospital donde se encontró con Juan esperándola junto a la entrada. —Laura, tu madre ha sufrido un accidente de tráfico —le soltó a bocajarro. Al oírlo el pánico se apoderó de ella y entró corriendo en el hospital. Casi al momento sintió una fuerte presión en la muñeca. Su tío la había alcanzado y la sujetaba sin ninguna contemplación. —Te voy a llevar con ella. No hace falta que grites ni te pongas histérica. Sin soltarla la guió por varios pasillos hasta llegar a una habitación. Entraron y se encontró con su madre. Estaba inconsciente y permanecía tumbada en una camilla rodeada de varios aparatos que se conectaban a su cuerpo a través de una amalgama de vías. —Ha tenido un accidente de coche esta noche. Por lo visto iba hacia mi casa cuando perdió el control del coche y se estrelló contra un muro. Los médicos dicen que puede permanecer así durante mucho tiempo. Quizá despierte, pero puede que no lo haga nunca. Los siguiente días se sucedieron como si hubiese vivido dentro de una pesadilla de la que apenas guardase recuerdos. Juan era la única familia que tenía y solo necesitó hacer unos sencillos trámites para obtener su custodia. En unas horas tuvo que recoger sus cosas y dejar el que había sido su hogar. Consigo se llevó algo de ropa, sus libros favoritos y mil euros que guardaba tras varios años ahorrando. Al llegar al chalet su tío le mostró dos cuartos. El primero era poco más que una celda, minúsculo y con apenas algunos viejos muebles. El segundo dormitorio en cambio no carecía de ningún lujo. Ella no entendía porque le mostraba dos habitaciones tan distintas entre sí. —Laura, voy a ser directo, pues ya no eres una niña pequeña. De ti depende cual va a ser tu habitación. Así que escucha con atención. Sospecho que eres consciente de lo que me atraía tu madre. Ahora ese sueño que tuve es imposible que se haga realidad. Aunque cuando te miro, en tu rostro la veo a ella y he ideado algo. —¿Qué quieres decir? —preguntó incómoda. —Simplemente que seas mía. No te voy a obligar a nada. Si aceptas pertenecerme no te faltará de nada, pero mientras no lo hagas vivirás con lo mínimo imprescindible. Ahora elige cuál va a ser tu habitación. Laura no podía creer lo que escuchaba. Sin responder se dirigió al cuarto más pobre y allí se quedó de pie y en silencio mientras su tío le dedicaba una sonrisa. —No tengo prisa, ya cambiarás de opinión —le dijo antes de irse y dejarla sola. Los días fueron pasando y tuvo que acomodarse como pudo a esta situación. Algo que se le hacía insoportable. Además, su tío comenzó a tratarla de modo irrespetuoso. En cuanto tenía ocasión le dedicaba comentarios libidinosos y miradas impúdicas. Era una situación nauseabunda y así se lo hizo saber. —Voy a ir a la policía a contar lo que me estás haciendo y que me alejen de ti. Juan sonrió mostrando su dentadura, parecía estar divirtiéndose con aquella situación. —Claro, ves cuando quieras, aunque sin pruebas dudo que te hagan caso. Además, te voy a ser franco. Mientras tu madre permanezca en coma estáis bajo mi control. Si te escapas haré que ella muera. No dudes de hasta donde soy capaz de llegar para conseguir lo que me propongo. Desde entonces Laura vivía en esta situación. Incapaz de aceptar la asquerosa proposición que le había ofrecido, sobrevivía con lo justo e indispensable. Sentía un intenso deseo de denunciar a su tío o bien de huir, pero temía por la vida de su madre. El sonido de la puerta abriéndose la apartó de sus ensoñaciones y se giró sabiendo a quien iba a encontrarse. —¿Cómo está hoy mi princesa? Juan permanecía apoyado en el marco de la puerta observándola con una mirada lasciva. —Asqueada, al igual que cada vez que te veo. Ya lo sabes. —Bueno, quizá algún día eso cambie. Sé que acabarás acostumbrándote a mí. No hace falta ni siquiera que simules que te gusto, compláceme y entonces las cosas te irán mejor. A continuación dejó sobre la cama un trozo de pan correoso con algo de fiambre y se fue. Laura odiaba tener que aceptar su comida pero se sentía famélica, con lo que haciendo de tripas corazón se lo comió y a continuación se acostó. Como todas las noches apenas durmió. 

    Por la mañana despertó sintiéndose cargada con nuevas energías. No tenía que ir a clase en una semana gracias a la expulsión, así que bebió un vaso de leche a hurtadillas y acto seguido salió del chalet encaminándose al hospital para ver a su madre. Allí pasó la mayor parte del día como hacía en cuanto tenía la ocasión, hablando al oído de la mujer que con los ojos cerrados, parecía que tan solo dormía. En esa habitación olvidaba durante unas horas su realidad y hablaba, más para ella misma que para su madre, narrando los acontecimientos de una vida feliz que solo existía en las palabras que surgían de su boca. Cuando llegó la hora de comer una enfermera le llevó una bandeja de comida, sosa, aunque mucho mejor que con la que solía alimentarse. Para las mujeres que trabajaban allí era obvio que Laura tenía serios problemas, su rostro demacrado y la delgadez de su cuerpo la delataban y solían ofrecerle algo de comida siempre que iba a ver a su madre. Apuró las horas hasta que la tarde se le echó encima y solo entonces se decidió a irse. Le costaba despedirse de su madre, pero por otro lado era consciente de que si ella muriese desaparecería el único vínculo que la retenía junto a su tío. Meditando acerca de este dilema e imaginando algún método para añadir algo de capital a sus exiguos ahorros llegó hasta la casa. No se había percatado de que el coche estaba en el garaje, con lo que al entrar se sobresaltó al encontrar a Juan sentado en una silla del comedor. Al verla le dedicó una sonrisa que no presagiaba nada bueno. —Hola querida sobrina. ¿Qué tal has pasado el día? ¿Has ido a ver a tú madre? —Sabes que sí, tengo muy claro que controlas mis movimientos. —Espero que le hayas dado recuerdos míos. La quiero tanto. Raro es el día en que no dedico unos minutos a recordar nuestro último encuentro. Laura no quería seguir conversando e hizo ademán de irse a su habitación. —Espera, no te vayas tan pronto. Quiero enseñarte lo que he encontrado debajo de tu armario. Hace días que me pregunto porque eres tan testaruda y he llegado a una conclusión. Algo te está dando esperanzas de librarte de mí y en efecto, he comprobado que como siempre, tengo razón. Al escucharlo quedó paralizada. Se giró y descubrió que en sus manos se encontraba la pequeña fortuna que tanto se había esforzado en ocultar. Con parsimonia pasaba los billetes de una mano a la otra contándolos. —¡Ese dinero es mío!¡Devuélvemelo! —Todo lo que hay en esta casa me pertenece. Ahora quiero que observes con atención lo que hago con esto y comprendas lo que significan para mí unos míseros euros. Imagino que pensabas usarlos para escapar y quiero que entiendas que eso no es posible. Juan sujetó los billetes con las dos manos y empezó a rasgarlos con suma lentitud, disfrutando del instante, saboreando la victoria que conseguía al destruirlos. —¡No! —exclamó Laura presa de la rabia. Sin saber de donde sacó las fuerzas se abalanzó sobre su tío que permanecía sentado en la silla arrebatándole los billetes antes de que lograra destrozarlos, mientras lo empujaba hacia atrás. Juan sorprendido por ese ataque cayó de espaldas al suelo. —Maldita mocosa, te vas a enterar de quien soy —dijo intentando levantarse. Laura supo en ese instante que había llegado el momento. Era ahora o nunca. Tenía que huir. Estaba casi segura de que las amenazas respecto a la vida de su madre eran ciertas, pero a veces en un mundo cruel como este no hay cabida para que todos sobrevivan y ella no iba a rendirse. ¡Tenía toda la vida por delante! Con su tío debatiéndose en el suelo era el momento de emprender la fuga, sin embargo sabía que le daría alcance enseguida, pues ella huiría a pie y él tenía su coche a escasos metros. Con los ojos desorbitados miró a su alrededor buscando algo que le proporcionase alguna ventaja. Era consciente de que en unos pocos segundos su tío estaría en pie y la atraparía. Se fijó en una maceta que había junto a una pared y sin pensarlo dos veces la cogió y se la estampó en la cabeza rompiéndola en mil pedazos. A continuación y sin perder un segundo en observar el resultado salió corriendo de la casa y huyó por la calle. 

    A no mucha distancia le esperaban las vías del tren. Durante unos segundos de loca carrera pensó en que quizá lo había dejado inconsciente. Pero de pronto lo oyó gritar detrás de ella. Se giró y lo vio transformado, daba la impresión de que era algún tipo de monstruo. Llevaba el pelo cubierto de una especie de barro formado por la mezcla de tierra de la maceta y la sangre de sus heridas. Varios fragmentos de cerámica aparecían incrustados en su cráneo y sobresalían como si se tratasen de deformes protuberancias. Su cara estaba enrojecida por la sangre que manaba de sus heridas y empapaba su camisa, pero lo peor eran los ojos. Inyectados en sangre no podían ser más que los de una bestia. —¡No puedes escapar de mí! —gritó mientras trastabillaba intentando alcanzarla. Sin embargo, herido como estaba no podía seguir su paso y en cuanto se dio cuenta de que no podría alcanzarla a pie se dio la vuelta. Laura aceleró su carrera, pues sabía que esto significaba que iba a ir a por el coche. Si no llegaba antes que él a las vías la capturaría con total seguridad. El rugido de un motor hizo que acelerase el paso y se concentrase en llegar a su meta. Era incapaz de mirar atrás para comprobar su ventaja, ya que cualquier error que cometiese desencadenaría el final de su corta libertad. Después de unos segundos en los que pensó que en cualquier instante sería arrollada logró llegar al final de la calle. Una vez allí, sin perder un segundo salió del asfalto y se adentró en los raíles. Al mismo tiempo el coche llegó casi a su lado frenando en seco. Juan se quedó observándola unos instantes, intentando imaginar cuáles eran sus intenciones al huir a través de las vías. Poco después Laura consiguió llegar a la estación. Aunque en realidad era tan solo un apeadero en el que apenas paraba algún tren muy de vez en cuando. Consciente de que seguía en peligro analizó la situación y observó los alrededores. Debía encontrar un lugar donde ocultarse hasta que pasase el próximo tren. Aquella era un área desfavorecida ya que la estación se había construido en los suburbios y alrededor de ella solo se alzaban varias casas con apariencia de estar abandonadas. La parte positiva era que estaba oscureciendo y por lo tanto debía resultarle sencillo esconderse. Pensaba dirigirse a los restos de un muro que ya estaban sumidos en la oscuridad cuando se asustó al ver que allí había alguien, aunque era imposible que fuese su tío. No podía haber llegado tan pronto. Con alivio vio que era una mujer. Debía de tratarse de una vieja prostituta que aprovechaba la penumbra en la que se ocultaba para ofrecer sus servicios con discreción. En ese instante vio llegar el BMW y se dio cuenta de que al distraerse había perdido la oportunidad de ocultarse. No sabía cómo, pero su tío había averiguado cuál era su plan. —Ven aquí y no te resistas. Hoy vas a saber de verdad quién soy yo —dijo bajándose del coche y abalanzándose sobre ella. Laura se zafó sin saber muy bien cómo y emprendió la carrera en dirección a la mujer, en busca de su ayuda. —Yo maté a tu padre —dijo Juan de pronto, logrando que se parase y se diese la vuelta. Tenía los ojos abiertos como platos. —No puede ser, murió en un accidente. Cayó por una ventana —Laura se había quedado paralizada al oírlo. —No fue así. Aquel día se quedó hasta tarde en la oficina. Yo fui a verle, para hablar de unos asuntos pendientes. No llegué con ninguna intención homicida, aunque lo cierto es que lo odiaba. Yo siempre fui el triunfador de la familia, el que ganaba siempre, pero él se quedó con la mujer que yo deseaba. »Después de recibirme me enseñó un abeto que había comprado para vuestra casa. La Navidad estaba próxima y se le veía radiante. Lo peor fue que me pidió que cenase con vosotros en Nochebuena, cuando yo le odiaba con toda mi alma. Una rabia cómo jamás había sentido surgió de mi interior sin que supiese encauzarla. Entonces me quiso mostrar algo más. Un reloj que según él era sorprendente y que había comprado esa misma tarde. Sin embargo faltaban un par de minutos para que fuesen las ocho y me pidió que esperase. Mientras tanto él se dio la vuelta y se apoyó en el alfeizar de la ventana. Sin mirarme comenzó a hablarme de lo feliz que era. No pude más. Recorrí los pocos metros que nos separaban y lo empujé. Imagina la cara de sorpresa con la que cayó. —Estás loco. Mientras Juan hacía esta confesión iba acercándose a la muchacha poco a poco. Apenas avanzaba unos centímetros con cada paso, aunque se estaba aproximando a su presa. Laura se dio cuenta e hizo amago de volverse para salir corriendo. —Eso no es todo —continuó para evitar que se pusiese en marcha —. El accidente de tu madre tampoco fue como te dijeron. Aquella noche acudió a mí y acabamos discutiendo. Tan solo debía doblegarse a mi voluntad y lo habría tenido todo, pero tuvo que resistirse. Hizo que enloqueciese y que la golpease hasta que caí rendido. 

    Cuando me recuperé vi que estaba agonizando, casi muerta. Entonces encargué a unos conocidos que simulasen un accidente a cambio de algo de dinero. Así me libraría de ella. Lo que me sorprendió es que no muriese en las siguientes horas y temí ser descubierto. Pero la fortuna me ha sonreído y nunca ha despertado del coma. Laura se quedó petrificada al escuchar su confesión. No obstante tenía que huir o estaba perdida. Sabía que le contaba esto para distraerla y capturarla. Concentrándose al máximo se obligó a moverse y corrió hacia la prostituta. Si no intercedía en su favor todo se habría terminado en apenas unos segundos. —¡Por favor, ayúdeme! —gritó desesperada. Sin embargo la mujer permanecía inmóvil. ¡ Y eso que estaba tan cerca! Podía ver sus ojos maquillados en exceso mirándola con extrañeza aunque sin hacer algún ademán de acudir en su auxilio, pues la mujer permanecía sumida en sus propios problemas. Se llamaba María y no siempre había sido prostituta. Al igual que Laura tenía un pasado en el que hubieron momentos felices. Una vida con altibajos que se truncó cuando un incendio se lo arrebató todo años atrás. Desde entonces su mente permanecía atrapada en un laberinto repleto de humo en el que una niña a la que nunca encontraba, reclamaba a gritos su ayuda. Incapaz de seguir adelante, su vida se limitaba a entregarse a hombres sin rostro a cambio del dinero suficiente para alimentar su exangüe cuerpo. Así que aquella pelea entre desconocidos carecía de importancia para ella. Juan que había temido que la mujer ayudase a la chica sonrió al alcanzarla y tras agarrarla del pelo la tiró al suelo. —Pensaba convertirte en mi juguete predilecto, ahora en cambio disfrutaré de otro modo contigo. Voy a matarte y no creas que esa puta te va a ayudar. Es más lista que tú y sabe que le conviene estarse quietecita. ¿No lo ves? En ese momento se escuchó el sonido de un tren que se acercaba. A Juan se le iluminó el rostro, se le había ocurrido una solución definitiva al problema en que se había convertido su sobrina. Acto seguido la arrastró hasta el borde de las vías donde la sujetó ante sí. Cuando pasase el tren la arrojaría delante y terminaría de una vez por todas. Laura aterrada estaba tentada de suplicarle por su vida, pero dudaba de que a esas alturas esto sirviese de algo más que para darle una mayor satisfacción. No dejaba de debatirse y sentía que las fuerzas la abandonaban. —¡Laura, podías haber sido tan feliz. Ahora en cambio vas a morir! —gritó su tío, enloquecido. —¿Eres tú, Laura? —preguntó de pronto una voz. La mujer se había acercado por fin a ellos. Acababa de escuchar con claridad el nombre de su hija perdida. ¿Podía haberla encontrado tras pasar varios años desde aquella última vez que la vio? La recordaba yaciendo dormida en la funeraria. Su pequeño cuerpo intacto, con tan solo unas manchas de humo adheridas a su cabello y piel. Desde entonces había desaparecido de su vida y ahora de forma incomprensible estaba de nuevo frente a ella y necesitada de su ayuda. Juan se volvió para encararse con la prostituta. —Fuera de aquí. Apártate y luego como recompensa te daré unos euros que llevo encima. 

    La mujer desvió la mirada un instante para fijarla en aquel ser y su cara cambió, demudando en una mirada de odio visceral. Ese hombre representaba el mal que otros como su antiguo marido hacían a las personas a las que deberían amar y proteger. Introdujo su mano en un pequeño bolso que llevaba y sacó de él un espray de pimienta. Sin dar tiempo a que el hombre reaccionase le roció el rostro cegándolo. Juan comenzó a gritar y se llevó las manos a los ojos. Ocasión que la niña aprovechó para liberarse y acudir junto a su salvadora. En ese momento el ferrocarril accedía por fin a la estación y se acercaba a ellas a escasa velocidad. Ambas se miraron a los ojos y como si se leyesen la mente se abalanzaron al unísono sobre Juan empujándolo a las vías. Un instante después mientras gritaba aterrorizado era arrollado, muriendo al instante. A continuación María abrazó a la niña estrechándola entre sus brazos. Laura apoyó la cabeza sobre su pecho. —Gracias, por un momento pensé que no me iba a ayudar —susurró con apenas un hilo de voz. —¿Cariño, cómo no iba a ayudarte? Soy tu madre. Cuando el fuego te rodeó y me necesitaste no estuve a tu lado. Eso no va a volver a suceder. Estamos juntas de nuevo y esta vez no dejaré que nada vuelva a separarnos. 

    La muchacha no entendía nada de lo que decía aquella mujer, pero la había salvado y eso era más de lo que había hecho nadie por ella desde hacía tiempo. Observó cómo la mujer le tendía la mano a la vez que le dedicaba una mirada implorante, esperando que no la rechazase. — Sí, está bien. Ahora tenemos que salir de aquí. Laura cogió su mano y se fueron caminando una junto a la otra. Atrás quedaba la oscuridad.


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